No sé cómo es que funciona el sentirme orgullosa de algo o alguien.

¿Qué es lo que hace que me sienta así?

Lo comprendería quizá en un mérito propio, cuando me ha costado un esfuerzo tremendo lograr algo, como cuando recibí mis certificados como consultora y comunicadora tras casi cinco años de estudio, por ejemplo.

Tal vez, algunos logros de los hijos, porque incidí de alguna manera en aquello que obtuvieron: el gol que metió, la medalla que se ganó en la gimnasia, el premio de pintura, sí, son sus logros, pero detrás hubo una chofer que los llevó a sus clases y entrenamientos, que a pesar del mal del puerco trató de ser constante y no desertar, optimizando los tiempos para no tener tanto tiempo muerto mientras ellos estaban en sus actividades (hacer el súper, ir a la tintorería, a la farmacia, estudiar o hacer algún trabajo en la computadora dentro del coche). Entonces, creo que, aunque sea tantito, siento merecer sentirme orgullosa por alguien ajeno a mí (sí, ya sé, es una adjudicación total…)

Pero, ¿por qué, hoy en especial, siento tanto orgullo por mi papá?

Vamos a poner la historia en contexto.

Nobuyoshi Murata era mi padre y también padre del karatedo en México, título que se ganó por haber sido el primero en exhibir esta disciplina en nuestro país. Aunque él no llegó a México con ese propósito, el destino le acomodó las piezas para que así sucediera.

Para mí, mi papá nació y vivió para el karatedo.

Siempre me reiteró que no se ganaba la vida enseñando karatedo, aunque de vez en cuando nos invitaba a restaurantes caros y ricos porque había recibido una ganancia por realizar exámenes o algo así, pero pocas veces faltó a sus clases y seminarios semanales, a torneos y a viajes relacionados con él. Incluso, no iba a compromisos familiares o de amigos que se empalmaran en día y hora con sus clases, a tal grado que no fue al bautizo de mi hijo, sí, su nieto. 

Definitivamente, era pasión pura.

Contaba con el pecho erguido sus grandes anécdotas relacionadas con el karatedo y se carcajeaba a todo pulmón con sus alumnos porque lo disfrutaba enormemente. Aunque también le temían a sus regaños y a su seriedad en las clases y las juntas. Creo.

Muchos me han preguntado ¿y tú sabes karatedo?

La verdad es que muy poco. O quizá bastante, pero no tengo manera de comprobarlo.

Probablemente sea un tanto difícil de comprender, pero era muy complicado tomar clases con mi papá a solas, en el hall de la casa.

No teníamos un horario fijo, entonces de repente decía <<¡vamos a entrenar!>>. Si yo estaba de humor, todo fluía. Si no, como buena hija menor, hacía pucheros, berrinches y mi papá cedía. O no. Se ponía muy serio e imponía su poder con esa voz tan fuerte que me intimidaba, entonces, tomaba la clase pero no la disfrutaba. A veces se desesperaba de mi poca coordinación y la clase se acababa. Otras veces me tenía una paciencia infinita y avanzábamos un montón.

No debería de balconearlo de esta manera, pero seguramente rompió todos los esquemas, la estructura y los protocolos de enseñanza conmigo.

Aunque en definitiva, lo que más practicábamos era el kihon (los movimientos básicos que sin ellos no se puede hacer todo lo demás), nos saltamos algunas cosas y me enseñó técnicas más avanzadas, sobre todo algunas kata (conjunto de movimientos preestablecidos, una especie de rutina), que, aquí entre nos, me sabía unas cuantas de cintas muy avanzadas.

Que ¿qué cinta soy yo?

Pues soy cinta de aislar o cinta canela. A lo mucho. Porque nunca presenté un examen y no tengo ningún certificado que avale mi nivel.

Desafortunadamente, en la adolescencia, mi interés por el karatedo se fue en picada y entre los amigos, el desmadre, la universidad y los compromisos, cada vez entrenábamos menos hasta que de plano, desaparecieron.

En realidad, no tengo la vocación del karatedo en mi ser, pero sí me hubiera gustado por lo menos, tener un certificado como prueba de todos aquellos momentos que viví con mi papá.

Después de su muerte, en un intento de restablecer un vínculo ilusorio con él, metí a mi hijo a que aprendiera este arte marcial. Pero a la fuerza los zapatos no entran y con el tiempo aprendí que un hijo no es mi extensión como para que haga aquello que yo no pude, o que sea un parche para aminorar culpas y cubrir expectativas ajenas. Así que dejé a mi hijo en paz y permití que escogiera las actividades que más le gustaran.

Pero ¿para qué todo este rollo?

Regresemos al tema de sentirme orgullosa.

No es que yo estuviera muy interesada o muy comprometida con el karatedo. Digo. Sé quién era mi papá: karateka octavo dan, padre del karatedo en México, con una placa en el salón de la fama de CODEME, en 2019 se celebraron 60 años de historia del karatedo en México, se han organizado torneos a nombre suyo. Vaya, ¡lo sé!

Y me siento muy honrada y agradecida porque me han invitado a participar en muchos de estos eventos.

Pero no es mi logro, no es mi mérito.

Y aún así, mi corazón desborda orgullo por mi padre.

Hoy me llegó un paquete de Japón, en específico de la Federación Mundial de Karate do Shito Ryu. Un reconocimiento por ser un líder (de muchos) que expandió el karatedo fuera de Japón, logrando que por fin, después de décadas de negociaciones en las que mi papá participó activamente mientras vivió, se incluyera como deporte oficial en los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 (que finalmente, se celebraron en 2021 por la pandemia).

Y de nuevo, mi pecho se hinchó de orgullo.

Después de tanto elucubrar en mi mente de por qué me siento tan orgullosa por algo que yo no hice, llego a la siguiente conclusión:

¡Al diablo con la pregunta!

Simplemente lo siento, y eso es suficiente para mí.

Y elijo sentirlo cabalmente.

Muchas felicidades papá por este reconocimiento y por esta huella tan hermosa que dejaste en el mundo y en el corazón de muchos de tus alumnos (y muy probablemente en los alumnos de tus alumnos).

Y muchas gracias por hacerme sentir así: orgullosa, maravillosa, feliz, radiante; simplemente por ser tu hija. Muchas gracias.

Te amo y te honro.

Y tú, ¿de qué o de quién te sientes orgulloso?

Kazumi Murata

3 de enero de 2021

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3 Comments

  1. “Y tú, ¿de qué o de quién te sientes orgulloso?

    Kazumi Murata”

    De ti cada vez que te leo ✨
    Si, tengo más orgullos en mi ser, pero ahora en este momento, eres tú, con tu sencillez de siempre, tu amor por la vida, tu compromiso con los que te rodean, tu amistad incondicional.

  2. Encantada de leerte Kazu, me encanta la frescura y la honestidad con la que escribes, soy tu fan.

  3. Kaki! Qué bello texto! Igual siento mucho orgullo por mi abuelo!! Gracias por tus palabras <3

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