Septiembre de 2019

Kazumi Murata

En el artículo anterior mencioné que escribiría sobre las experiencias de buceo, pero antes de empezar quisiera aclarar un punto importante.

Por ahí afirman que las mujeres son multitask (multitareas), es decir, que pueden hacer varias cosas a la vez.  O yo no soy mujer o me faltan hormonas femeninas o no sé cuál sea la razón, pero estoy fuera de esta afirmación.  Yo no puedo hacer 1.02 cosas a la vez: si alguno de mis hijos me pone una circular para firmar mientras estoy hablando por teléfono, en lugar de firmar, escribo la palabra que estoy escuchando o diciendo, o si firmo, ya no supe qué me dijeron o me tengo que quedar callada… Sí. Así de plano… Aclarado esto, continúo.

Ya una vez que tomamos la decisión para certificarnos nos enviaron el material teórico a estudiar.  Varios capítulos explicando la historia del buceo y su evolución; la descripción del equipo; el lenguaje bajo el agua; bastante física como el valor de la presión atmosférica y su influencia sobre los cuerpos, y cómo esta presión va cambiando dentro del agua, la teoría de la flotabilidad de los cuerpos en el agua y la importancia de mantener la flotabilidad neutra, es decir, una especie de gravedad cero; algo de química explicando cómo es la composición del aire que respiramos (el aire que respiramos es 78% nitrógeno, 21% oxígeno y el resto otros gases nobles); un poco de anatomía como la importancia de mantener el calor corporal y cómo el cuerpo tiene como prioridad proteger el calor del cerebro y del torso sobre todas las demás partes; etc…  

PrimerBuceo
Primer buceo. Foto cortesía Luis Trillo

Todo iba bastante bien hasta que empecé a leer las diferentes enfermedades del buceo: como la descompresión, o la sobreexpansión pulmonar, o la narcosis por nitrógeno… Ahí empezó a flaquear mi firme decisión por experimentar el buceo y, ¿recuerdan que en el artículo anterior mencioné mi miedo sobre los animalitos desconocidos del mar? Pues hay un capítulo completo dedicado a la vida marina y una amplia lista con la descripción de los animales que son potencialmente peligrosos y lo que sucede cuando te tocan, te pican, te pinchan, te muerden… Ya para esas alturas de mi lectura estaba totalmente entrada en pánico y con la expresión “¡Kazumi, aborta la misión!” rondando en mi cabeza.  Pero si ya estando en el hotel de Acapulco, a un día de tomar nuestra primera clase en alberca, le decía a Antonio que siempre no, me la iba a mentar… Así que me armé de valor y con toda mi fortaleza temblorosa como una gelatina, llegamos tempranito a Acapulco Scuba Center a aprender a bucear.

Una morena gigante

Quizá nadie notó mi pánico, porque procuré en todo momento mantener mi póker face (es el gesto inexpresivo de los jugadores de póker para no delatar su juego).

La primera parte de la clase fue bastante fácil: conocer las partes del equipo, cómo se arma, cómo se verifica y cómo se usa, todo esto encima del tapete que tienen en el centro de buceo.  La segunda parte consistió en ir a la alberca a hacer las prácticas ya dentro del agua: diversos ejercicios como aprender a respirar con el regulador, cómo limpiar los visores dentro del agua, las diferentes señas para comunicarnos, cómo compartir aire con el compañero, cómo mantener la flotabilidad neutra (es un tema tan importante, que existe una especialidad dedicada al control de flotabilidad, y lo evidenciaré más adelante), qué hacer en situación de pánico, etc… La verdad, es que esos ejercicios fluyeron bastante bien gracias a que Andrea nos enseñó con paciencia y a que estaba en mi zona de confort llamada alberca.  Terminando estos ejercicios y con la teoría que leí, me quedó claro que debía tener siempre en mente cuatro cosas y que debía aplicar al siguiente día en la primera inmersión en el mar: nunca dejar de respirar, ascender lentamente y hacer parada de seguridad (esto para evitar problemas de descompresión o de sobreexpansión pulmonar) y nunca perder de vista a tu compañero de buceo.

Llegó el gran momento: con todo y el calor en plena canícula de Acapulco decidí usar neopreno completo debido a que mi cuerpo tiene una peculiar enfermedad llamada Raynaud, que cuando siente frío, corta automáticamente la circulación de los dedos de las manos y los pies, incluso de la nariz, labios y lengua dejándolos de un color azulado moribundo o blanco muerto.  Y después de leer la teoría del calor corporal en el agua y cómo se puede perder con facilidad, no puedo arriesgarme a algún enfriamiento. Antonio, bien solidario conmigo, también decidió usarlo.  Así que fuimos los bichos raros en el catamarán usando neopreno.

Foto cortesía Luis Trillo

Luego de pelearme con la puesta del neopreno tocó preparar el equipo, verificar la calidad del aire de la botella y ponerme todo encima (todo el conjunto: el sistema de suministro de aire, el sistema de control de flotabilidad; más visor, aletas, etc. pesa alrededor de 15 kg) y a parte, el lastre que, dependiendo de si llevas puesto o no traje de neopreno, tu propio peso y el control de flotabilidad que uno tiene, se va ajustando a las necesidades de cada buzo.  Lista y en la orilla del catamarán, me dicen que dé el paso del gigante y ¡zaz! ya estaba dentro del mar.  Sentí cómo una ola de escalofrío provocada por el miedo me recorrió el cuerpo y repasé en mi mente las cuatro cosas que no debo olvidar de hacer en una inmersión.  ¡Pero la realidad es que no son sólo cuatro cosas las que hay que hacer!  Ya se imaginarán que para una persona que no puede hacer dos cosas a la vez, tener que respirar consciente y constantemente, no perder de vista a mi marido quien ya estaba en el fondo jugando con la arena a unos 10 o 12 metros de profundidad, apretar el botón para desinflar el sistema de flotabilidad (el “chaleco” para fines más comunes y corrientes), compensar la presión pellizcándome y soplando la nariz para “destapar” los oídos, checar que efectivamente estoy bajando o… ¿subiendo? Pero… ¡¿por qué?!  Porque no desinflé suficientemente el chaleco, porque retengo el aire en mis pulmones, porque gracias al neopreno soy una perfecta boya, porque me faltó lastre (gracias a la experiencia de los buzos instructores y buzos guías, pusieron en los bolsillos de mi “chaleco” un sin fin de piedras y lastres extras que llevaban, lo que permitió que pudiera descender) … ¡fue realmente toda una hazaña!  Ya una vez estando en el fondo con Antonio (con el lastre extra que me pusieron estaba serenamente hincada en la arena), nos hacen las señas de “vamos por allá”.  Intento ponerme horizontal para seguir a Andrea y lo único que logré es quedarme boca abajo sobre la arena… ¡ahora tanto peso no me dejaba flotar!  Repasé en mi mente qué hacer en estos casos, mientras pensaba en el famoso cazador de cocodrilos que murió por el latigazo eléctrico de una raya, las cuales se esconden debajo de la arena, y yo, bien pegadita justo en la arena…  Mientras tanto, por los nervios dejé de respirar, lo que hizo que empezara a subir sin control por lo que Andrea tuvo que jalarme hacia el fondo y recordarme con señas, que debo inhalar y exhalar rítmicamente.

Tratando de mantener flotabilidad neutra. Foto cortesía Luis Trillo

A pesar de mi pésimo control de flotabilidad, logramos hacer varios ejercicios, como compartir aire, limpiar visores, etc.  Pero la realidad es que no recuerdo mucho lo que vi en cuanto a vida marina.  Mi atención estaba puesta en otras cosas que en disfrutar lo que visualmente me ofrecía el mar. 

Haciendo algunos ejercicios. Foto cortesía Luis Trillo

De algo sí me percaté perfecto y es la serenidad con la que Andrea se mueve dentro del agua.  Me di cuenta de que un buzo experimentado no usa las manos y los brazos para trasladarse, de hecho, mantienen sus brazos cruzados o sus manos empalmadas mientras se desplazan únicamente con las aletas.  Mientras tanto, yo, pataleaba y manoteaba sin cesar sin importar si estaba horizontal, vertical, inclinada, chueca, siempre batallando para no subir, o para no bajar y al mismo tiempo soplando la nariz para compensar, acomodándome el visor o el regulador, o sea, de serena, no tenía nada.

Pasados unos 30 minutos nos avisan que vamos a realizar la parada de seguridad que consiste en mantenerse un mínimo de tres minutos a cinco metros de profundidad, pero para llegar a esos cinco metros debemos subir lentamente.  Aquí otro reto para mí.  Conforme pasa el tiempo el aire de la botella se usa y evidentemente se va vaciando, lo que hace que tengas otro factor más que te hace flotar… Eso de sube lento y detente mínimo tres minutos a cinco metros fue una batalla campal, tuvieron que jalarme para no ir tan rápido, tuve que voltearme para nadar hacia abajo porque me pasé, tuvieron que sostenerme para que no me fuera para arriba y mientras, no debía olvidar inhalar y exhalar rítmica y constantemente y no perder a mi compañero…

Andrea en la parada de seguridad. Foto cortesía Luis Trillo.

Ahora sí que no me quedó de otra que multitaskear con un esfuerzo enorme de mi parte, pero en otras ocasiones compartiré cómo he ido mejorando mis técnicas de buceo.  Eli, una de mis más queridas amigas me mandó un mensaje pidiendo fotos, pero le tuve que contestar que no tengo fotos porque o aprendo a apretar botones, o tomo fotos o respiro… y esta vez, claramente, tuve que enfocarme en mantenerme viva.

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