En abril del 2013 entré en una crisis tan severa que pedí ayuda y me sugirieron trabajar la codependencia en un grupo de autoayuda. Era tal mi desesperación que fui a Familias Anónimas, a Al-Anón y a Codependientes Anónimos.

     Al principio sentí rechazo, renuencia y a la vez una especie de diversión al escucharme decir:

-Hola. Soy Kazumi y soy codependiente. Me siento… (y decía la emoción del momento, al inicio casi todas eran negativas: ansiosa, preocupada, enojada, resentida y un largo etcétera).

     Era algo surrealista.

     Una regla en esos grupos es que solo mencionas el nombre de pila para mantener la confidencialidad, pero ¿cuántas Kazumi´s creen que pueda haber en México? Al carajo con la confidencialidad en mi caso.

     Mis caras debieron de ser muy chistosas al escuchar lo que mis compañeros compartían en aquel espacio, pero comenzaron a ser unos espejos importantes, algunos divertidos y otros dolorosos, de mis propias actitudes codependientes.

     La realidad es que, con el tiempo, esos espacios se fueron convirtiendo en un lugar sagrado, un lugar seguro y ahí coincidí con las personas más maravillosas del mundo, quienes hoy por hoy, son mis compañeros de vida, las personas más importantes fuera de mi círculo familiar, convirtiéndose en mi familia por elección.

     Pero regresemos al tema de la codependencia.

     Yo me fui con todo. Aparte de estos grupos, también fui a una terapia grupal especializada en el tema. ¿Cuál es la diferencia de una terapia individual? Básicamente que está la ventaja de verte en el otro. La codependencia es tan sutil y tan poco comprendida en términos generales, que no nos damos cuenta de estas actitudes o incluso, muchas formas codependientes de ser, están hasta socialmente bien vistas, considerándote una persona entregada, amable y hasta servicial. Pero las relaciones tanto con los demás como contigo mismo se van tornando, con el tiempo, realmente insostenibles. Para darnos cuenta, la mejor manera es ver lo que el otro hace, dice, piensa, y reconocer que también existen en ti, análogamente.

     Ahí me di cuenta de la gran codependencia que tenía con mis hijos, así que, siguiendo con mi súper decisión de cambiar mi vida, se me ocurrió una idea genial: desapegarme de ellos. Parece fácil ¿no? Pues solo suena porque no fue así.     

La misión consistió en ya no meterme en sus tareas. Solía sentarme con ellos a “supervisar” las tareas, que más bien era controlar y manipular sus acciones en dirección hacia lo que yo creía que deberían de ser sus tareas. Ah, pero eso sí, ¡casi siempre dejé que ellos las hicieran con sus propias manos para que nadie dijera que yo se las hacía! (ya sé… ¡es lo mismo! Pero me hacía sentir bien…). Una de las pocas excepciones fue un sombrero para un concurso de primavera que ahí sí me lucí con mis dotes artísticos.

Concurso de sombreros de primavera

     Si tenían que hacer algún dibujo en una cartulina, mis ojos inquisidores observaban con atención cada trazo que hacían y si el tamaño de la letra o el lugar donde estaban poniendo cierto dibujo o texto no me parecía adecuado, agarraba la goma y lo borraba. Luego de una larga letanía de mi parte de cómo hacer un título bonito y recortar bien las imágenes de la revista, ellos, con ojos de fastidio, enojo y hartazgo, seguían con la ardua tarea de terminar su trabajo y hacerle caso a su castrante madre. Fue por eso que aquella mañana en la terapia grupal, me llegó la epifanía de que eso debería de ser transformado y que sería una excelente manera de que los pequeños comenzaran a ser responsables y yo, de soltarlos. Lo comenté entusiasmada recibiendo el apoyo de todo el grupo y la terapeuta me animó, aunque sentí que algo me quería decir, pero no lo hizo.

     Llegué feliz y decidida a casa y en la sobremesa les compartí, amorosamente, mi decisión a mis pequeños hijos:

-Amores, a partir de hoy, yo ya no me voy a sentar con ustedes a hacer la tarea. Cuando lleguen de la escuela les voy a preguntar si tienen tarea y me van a decir si sí o si no, y qué. Ya no los voy a estar correteando, ni sentándolos para que la hagan. Es más, si la hacen o no, es su responsabilidad y ustedes tendrán que vivir sus consecuencias ¿está claro? Pero recuerden que aquí estoy si no entienden algo o necesitan que les explique o los apoye.

     Mis hijos con los ojos de plato me dijeron escuetamente:

-Está bien, mamá.

-¿Les dejaron tarea?

-Sí.

-¿De qué se trata?

     Y me dieron una muy breve, brevísima explicación de la tarea, algo así como <<algo de mate>> y <<hacer un dibujo>>.

     Y ellos felices, yo también. 

     Pero no, esa felicidad duró muy poco.

     Terminamos de comer y ellos se fueron a jugar. Pasaban los minutos y yo no veía en ellos la mínima intención siquiera de revisar su libreta de tareas. Eran las 5:00 y seguían jugando, viendo la tele. Las 6:00. Las 7:00. Y ni madres, seguían sin hacer la tarea. Y yo, madre de palabra, decidí cumplir cabalmente cada una de mis palabras, mientras mentalmente me mordía las uñas, mentaba madres, daba manotazos, y por fuera me tomaba mi té con una sonrisa forzada. La verdad es que ya ni recuerdo si hicieron la tarea o no, porque mi atención estaba en no explotar y volver a sentarme con ellos para hacer la tarea. ¡Misión cumplida con agotamiento y estrés extremos!

     Así transcurrieron los días y cada día me inventaba estrategias para desviar mis ganas de sentarlos para hacer la tarea con ellos, mientras en mi interior seguía angustiada por la situación.

     A la semana, regresé a mi terapia grupal, bastante cansada pero muy orgullosa porque lo había logrado: ¡no me metí en las tareas de mis hijos! Les conté con santo y seña todo lo que pasó y me felicitaron. Yo contenta les dije:

-¡Sí, por dentro me mordía las uñas, pero lo logré!

     E intervino la terapeuta:

-Kazumi, has hecho un buen trabajo y es un gran inicio, pero justo de eso se trata el desapego, de no morderse las uñas. Una vez que “sueltas” algo, lo que sea, pero por dentro sigue ocupando tu atención, sigues apegada a eso.

     Con el tiempo comprendí que uno no solo se puede apegar a personas o a cosas, sino también a lugares, ideas, creencias y procesos. Y que aquel ejercicio de las tareas de mis hijos era solo una cara de la codependencia hacia ellos y que me faltarían muchos, muchísimos procesos de desapego por trabajar.

     Y sí:

-Soy Kazumi, soy codependiente. Y hoy, me muerdo menos las uñas.

Kazumi Murata

Agosto 2021

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1 Comment

  1. Lorena Perea says:

    Gracias Kazumi por compartir, aún necesito trabajar tantos apegos, pero se que voy por buen camino!

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