Llegada a El Cairo

En realidad la llegada fue en la madrugada del lunes 6, aproximadamente a las 2:30 am.  Bajando del avión, antes de pasar migración, ya nos esperaba Nubi, nuestro guía egipcio que hablaba español.  Preguntó por nuestras visas, las que no teníamos, y mientras yo me formaba en la fila, Nubi y Antonio, mi esposo, fueron a pagarlas.  

La oficial de migración, una egipcia de ojos oscuros y cejas pobladas, hijab (pañuelo) en la cabeza, fue mi primer golpe a una idea preconcebida basada en la ignorancia: pensaba que las mujeres egipcias, solo por el hecho de vivir en un país musulmán, no trabajaban.  Acepté con gusto este hecho; verla seria e importante me ayudó a romper barreras, abriendo mi horizonte mental.

Mientras esperábamos que salieran las maletas en las bandas, pasé al baño.  Una señorita muy amable me abrió la puerta con una gran sonrisa. Por un momento pensé que se metería conmigo de tan atenta que era. Afortunadamente, pude hacer mis necesidades en pleno derecho a la intimidad. Al salir, colocó su mano en el sensor del lavabo para que saliera agua y yo pudiera lavarme las manos; posteriormente, me tendió unas servilletas de papel para que pudiera secármelas. Me dio la impresión que si me hubiese dejado, me las habría secado ella misma.  Por último, me tendió la mano para que le diera una propina.  Le di una moneda de dos euros, aunque la verdad no tenía ni idea del rango normal de las gratificaciones.

En la aduana, dos oficiales nos preguntaron si teníamos algo que declarar, a lo que respondimos que no. Al ver nuestro pasaporte mexicano empezaron a gritar (¿el árabe suena golpeado o estaban discutiendo? No lo sé). Al parecer algo no les gustó. ¿Sería por el Chapo o porque apoyaban a Trump? No, no creo. Al final, decidieron que estábamos libre de toda sospecha.

Maleta en mano, dirigiéndonos a la salida, Nubi nos alertó: se acercarán muchas personas a ofrecer servicio de taxi o cargar las maletas, no les hablen, es mejor que las ignoren. Era un alivio viajar con la protección y la guía de un local que hablaba nuestro idioma.

De noche, las calles de El Cairo son calmadas en cuanto a tránsito se refiere. El paisaje no deja ver con claridad la realidad. Al igual que en México, hay zonas bonitas pegadas a zonas marginadas. Un accidente automovilístico en el camino y un retén policiaco generaron un poco de tránsito, pero nada que pusiera nervioso a un defeño.

El hotel se encontraba en la ciudad de Giza, por lo que de El Cairo cruzamos el río Nilo. Era un hotel de cuatro estrellas un poco descuidado, pero lo suficientemente limpio. Leí en algún lugar que recomiendan no beber agua de la llave en Egipto, aunque pensé que no sería tan diferente a la de México. Sin embargo, cuando me estaba cepillando los dientes, noté que del grifo el agua salía por momentos café. El mensaje fue claro: no la bebas por ningún motivo.

Algunas personas nos preguntaron ¿por qué Egipto? Desde pequeña sentí fascinación por el país del río Nilo. Surgió en algún momento de la primaria, cuando me enseñaron la historia de dicho país. Poco después, cayó en mis manos un cómic japonés (manga) que trataba sobre una chava del siglo XX, que por alguna fuerza mística viajaba en el tiempo y llegaba al Egipto faraónico, mostrando cómo era la vida en esa época. Habré tenido unos 10 años. Mi mente siempre viajó hasta allá.

En la adolescencia, me empezó a llamar la atención la arqueología y hasta llegué a considerarla una posible carrera a estudiar, pero las propias limitantes que me impuse (algunas conscientes, otras no), como: «África está muy lejos», «es un país musulmán», «no tengo dinero», «la arqueología no deja lana», etc., aunado a que escogí una carrera diametralmente opuesta, me fueron alejando del sueño de visitar aquel país.

Cuando mi esposo y yo comenzamos a planear el viaje por nuestro decimoquinto aniversario, revisamos varias opciones y en una revista nos topamos con la de Egipto. Creo que pocas veces nos hemos logrado poner de acuerdo tan rápido como aquella ocasión. Antonio también sentía gran atracción por ese país.

Nos llegaron a comentar que éramos muy valientes por viajar a una zona tan conflictiva, pero nuestra respuesta siempre fue: ¿qué tanta diferencia hay con la inseguridad que existe en México? Mis familiares que viven en Japón, constantemente nos preguntan cómo podemos vivir en un país tan violento y lleno de delincuencia. En fin. Ya estaba en la tierra de los jeroglíficos, lista para una de las mejores aventuras de mi vida.

Eran como las 5:00 a.m., y ni el jet lag, ni la emoción, ni el cansancio (curiosamente) permitieron que Morfeo me tomara en sus brazos. Con eso de que a mí lo que más me gusta es leer y dormir, era un suplicio no concebir el sueño sabiendo que en unas pocas horas debía levantarme, si quería alcanzar a desayunar como Dios manda.

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