Agosto de 2019

“En el mar, la vida es más sabrosa”, así dice la canción de Carlos Argentino y la Sonora Matancera y desde pequeña he relacionado alegría, placer y diversión con las vacaciones en destinos de playa. 

Pero mi papá, quien se autonombraba “cityboy”, gustaba únicamente de aquellos lugares urbanizados y que, de preferencia, tuviera edificios altos y modernos, así que aún en la playa, nuestras visitas estaban más enfocadas en la alberca de algún hotel amplio en todos los aspectos: en extensión territorial (preferentemente con mucho cemento), en altura, en cantidad de gente, en servicios como comida y amenidades, en tecnología (televisores y aires acondicionados porque el wi-fi aún no existía).  De esa manera creo que aprendí a disfrutar el mar únicamente desde la playa y meterme me causaba mucho miedo porque no sentía la “seguridad” de una alberca: ésta no tiene olas que me revuelquen, veo y alcanzo el fondo, al tacto es más liso y no tiene animalitos desconocidos (eso creía yo inocentemente, sin saber que es un caldo de cultivo).  Así que para mí el mar era aquello que es para contemplar desde una distancia segura.

Con esos antecedentes, por supuesto que a mí solita, jamás se me hubiera ocurrido meterme al mar así nada más, pero en nuestra luna de miel Antonio me propuso snorkelear.  Yo no sabía bien a bien qué era y pues enamorada y enmielada, dije que sí.  Y fue una experiencia decepcionante: no sé por qué, pero éramos los únicos clientes, nos llevaron en una pequeña lancha destartalada con nuestro equipo puesto, cerca de una pequeña isla, más bien montículo de tierra y rocas, y nos aventaron al mar.  Yo, muerta de miedo, metí la cara en el agua y lo único que vi fue agua café.  Sentí un gran alivio al llegar a tierra firme y me pregunté qué era lo que la gente veía divertido del snorkel y con eso me quedé durante mucho tiempo.

Hace unos seis años, empezamos a hacer viajes familiares significativos y Antonio, quien es un aventurero de corazón, nos ha llevado a explorar diferentes experiencias: ruinas, parques de diversiones, gastronomía, pueblos, ciudades, tirolesas, cabañas, haciendas, manglares, bosques, lagunas, cenotes, playas y por supuesto, el mar.  Yo, con mis reticencias, volví a darme la oportunidad de snorkelear (más por no verme tan cobarde frente a mis hijos que por convicción propia) y, aunque debo confesar que, el salto para aventarme al agua me siguió causando mucho miedo durante algún tiempo, las experiencias de snorkel han sido completamente diferentes a la primera y cuando vi la vida marina, me quedé cautivada.  Poco a poco y de manera natural, la intensidad empezó a elevarse, llegando incluso a comprar equipo propio como aletas, las máscaras con tubos de snorkel y chalecos, hasta que lo más extremo a lo que hemos llegado con el snorkel, ha sido nadar con tiburones ballena.

No puedo dejar de hacer hincapié en que, sin el empuje de mi esposo, no lo hubiera hecho y que gracias a él, todavía alcancé un nivel más de experiencia en el mar.  En mi mente, jamás existió la posibilidad de siquiera intentarlo, aunque sabía que existía, era algo ajeno a mi esfera de acción, hasta que hace dos meses me dijo: “Kazumi, voy a certificarme como buzo este fin de semana, ¿lo tomas o lo dejas?”.  Entré en conflicto.  Seguía con algún tipo de miedo, pero a la vez, sabía que, si por lo menos no lo intentaba, podría arrepentirme mucho.  Yo soy de decisiones un tanto lentas mientras que Antonio no es de los que espera días para recibir una respuesta, tenía el tiempo encima.  Y con las manos sudorosas de nervios y adrenalina, le dije “sí, lo quiero intentar”.

Cortesía: Tragahumos

Esta decisión me abrió un mundo nuevo.  Kazumi es de muchas formas: mujer, esposa, mamá, hermana, hija, tía, amiga, estudiante, ex diseñadora industrial, cocinera, intento de escritora, chofer de mis hijos, encargada del muestrario, pasante de consultora en Semiología de la Vida Cotidiana, etc. y a eso hoy le sumo, soy también buzo. Muchas gracias Antonio por regalarme esta experiencia.

Esta vez sólo quise hablar de cómo llegué a ser buzo y en otra ocasión me gustaría hablar sobre las experiencias de buceo.  Por lo pronto puedo afirmar que efectivamente, “en el mar, la vida es más sabrosa” y he aprendido a “sabrosearlo” estando adentro como otro pez en el agua.

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